Cómo trabajar la confianza con los hijos

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No es nada fácil cuando además de ser madre, padre o tutor, debemos ser otras muchas cosas más, todas igual de demandante. Pero es importante saber que cuando desarrollamos relaciones de confianza con nuestros hijos e hijas, nuestra labor como padre y madre se simplifica, nuestra calidad de vida mejora, nuestra autoestima se fortalece, nuestro propósito en la vida se solidifica y en la misma medida, pasa en la vida de nuestros hijos e hijas.

Por qué la confianza es un acto de amor y respeto por nuestros hijos e hijas

Creo que casi todos (sino todos) los padres y madres deseamos que nuestros hijos e hijas confíen en nosotros, aunque no estemos haciendo esfuerzos intencionales para confiar en ellos. Más bien, se percibe unidireccionalmente y se da por sentado que “confiamos” en nuestros hijos e hijas.
Muchos padres y madres posiblemente dirán horrorizados: Pero yo confío en mis hijos. Yo les preguntaría, cuando su hijo le dice que terminó la tarea, ¿le pide usted que le muestre el cuaderno? O cuando le pide que se laven las manos y ellos le confirman que lo hicieron, ¿le pide usted que les muestre las manos para verificar que estén bien lavadas? Nota: no digo que no es importante hacer esas verificaciones, les pido revisar si cómo lo está haciendo ahora fortalece en su hijo la creencia de que usted confía en ellos.


Como madre, creo que uno de los requisitos principales para desarrollar una relación de confianza bidireccional con nuestros hijos es poder verlos como personas (si, ya sé, los vemos como personas).

Cuando digo ver a nuestros hijos como personas implica, entre otras cosas, creer (y actuar en consecuencia) que las opiniones y las decisiones de ellos son tan válidas como la de cualquier miembro de la familia y de la sociedad, por lo cual merecen ser escuchadas, consideradas y retroalimentarles con nuestra opinión al respecto. Por ejemplo, imaginemos que nuestros hijos opinan que este mes deberíamos comprarles unos patines mientras estamos pensando en cómo lograr cubrir todos los gastos obligatorios del mes.

¿Cómo reaccionar a esa opinión de nuestros hijos? ¿Cómo la respuesta que damos a nuestros hijos le pueden hacer creer que su opinión fue considerada y respetada aunque no es posible llevar a cabo su deseo? Nada fácil, ¿cierto? Lo que nos lleva a otro gran requisito para construir la confianza: Tiempo.

Construir una saludable relación de confianza con los retoños requiere tiempo. Tiempo dedicado de forma exclusiva especialmente en las ocasiones en la que quieren compartirnos una de sus ideas u opiniones (sin importar la edad). Se necesita tiempo para escuchar y tratar de ver cómo nuestros hijos e hijas están viendo el mundo cuando tratan de convencernos con uno de sus rebuscados argumentos; tiempo para explicarle a los adolescentes de la casa por qué se han establecido unas normas y la importancia de cumplirlas, tiempo para cuando uno de nuestros pequeños diga “te quiero” no solo respondamos “también te quiero”, si no que le miremos a los ojos y le convenzamos de que REALMENTE lo queremos.

Si, lo sé, no es nada fácil cuando además de ser madre, padre o tutor, debemos ser otras muchas cosas más, todas igual de demandante. Pero es importante saber que cuando desarrollamos relaciones de confianza con nuestros hijos e hijas, nuestra labor como padre y madre se simplifica, nuestra calidad de vida mejora, nuestra autoestima se fortalece, nuestro propósito en la vida se solidifica y en la misma medida, pasa en la vida de nuestros hijos e hijas. Usualmente cuando tengo dudas solo necesito mirar en mi pasado como hija y recordar el tipo de relación de confianza con mis padres, y preguntarme: ¿esta es la relación que quiero con mis hijos?
En padres y madres de adolescentes una queja muy frecuente es que sus hijos nos les hablan ( si han tratado con adolescentes sabrán el desafío que implica tener una buena comunicación con ellos). Pero al tener la oportunidad de conocer familias con adolescentes y ser testigo de una comunicación basada en la confianza, sé que no es un imposible.

El “secreto” está en la buena relación que se ha desarrollado con el niño y que se ha fortalecido año tras año. No podemos esperar que nuestros hijos e hijas al crecer nos vean como un confidente cuando le hemos demostrado toda su vida que no confiábamos en sus opiniones ni en sus decisiones (así haya sido sin intención). Todos los adultos llevamos algunas cicatrices emocionales causadas por alguna “buena intención” de nuestros padres cuando nos educaban.
Imagino que muchos de ustedes habrán llegado a la conclusión de que confiar en nuestros hijos e hijas es un gran riesgo y en algunas ocasiones un salto al vacío, pero un salto con la certeza de que todo el trabajo y el amor dedicado a ellos ha tejido la red que nos sostendrá e impedirá que nos estrellemos contra el suelo. Confiar en nuestros hijos e hijas, es también confiar en nuestra calidad de padres y madres.

Para concluir, trataré de resumir en 5 pasos para construir esa relación de confianza bidireccional que todos las madres, padres, hijos e hijas deberían disfrutar:


Respeto: respetar a nuestros hijos implica creer que estos tienen el derecho y la capacidad para tomar decisiones propias, por lo que deben ser incluidos en las conversaciones familiares de acuerdo a cada etapa de su desarrollo. Deben ser escuchados cuando desean compartir una decisión que han tomado y deben ser apoyados cuando quieren llevar a cabo algunas de ellas a fin de fortalecer su confianza.
Tiempo: todas las actividades importantes de nuestro día suelen estar agendadas y programadas, ¿por qué no también el tiempo con nuestros hijos? Cada día debemos tener un espacio de tiempo donde nos sentemos a conversar con nuestros descendientes para escuchar todo lo significativo que sucedió en su día, así como compartir lo que sucedió en el nuestro. La confidencia puede ser un hábito que se establece a través del desarrollo de nuestros hijos.


Retroalimentación: es importante compartir con nuestros hijos e hijas nuestras opiniones sobre lo que ellos hacen y dicen, y sobre cómo influye en la familia. Además de sentirse escuchados, también necesitan creer que contribuyen a la familia.


Honestidad: los hijos (independientemente de la edad) merecen siempre escuchar la verdad, aunque cueste más tiempo para explicarla. Los hijos tienen una asombrosa memoria y cuando les mentimos (“por su bien”) podemos crear falsas expectativas que afectarán su desarrollo emocional.

Paciencia: ser una buena madre o un buen padre implica en muchas ocasiones renunciar a nosotros mismos para responder a las necesidades de nuestros hijos e hijas. El tiempo se establece a partir de la velocidad de ellos, las respuestas en base a sus preguntas, nuestras emociones en base a sus emociones. Debemos estar prestos a negociar con nuestros hijos y en la mayoría de los casos ceder en pro del sano desarrollo de ellos. No en vano Jesús recomendó volver a ser niños para entrar al reino de los cielos. Para ser buena madre o buen padre, es imprescindible ver el mundo desde la perspectiva de nuestros hijos e hijas para responder adecuadamente a sus necesidades.

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